Saludos a la blogosfera!. Siempre que me encuentro con gente que se hace a sí misma me da cierta envidia. Son personas que a veces no han tenido la fortuna de poder estudiar, bien porque en su casa necesitaban un jornal mas o por otras razones, pero son de los que han hecho de las adversidades bendiciones y han salido adelante a base de trabajo. Siempre que me cruzo con ellos recuerdo la historia del portero del prostíbulo:
No había en el pueblo peor oficio que el de portero del Puticlub. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. Un día se hizo cargo del Puticlub un joven con inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio y cito al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero, le dijo: “A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar un informe semanal donde registrará la cantidad de personas que entran día por día y anotará sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio”. El hombre tembló….. “Me encantaría satisfacerlo, señor -balbuceo- pero yo… yo no sé leer ni escribir”. “¡Ah! ¡Cuánto lo siento!. Pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Que tenga suerte”.
El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. ¿Qué hacer? Recordó que cuando se rompía una silla o una cama, él, con un martillo y clavos lograba hacer un arreglo sencillo. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. El problema es que sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Usaría parte del dinero para comprar una caja de herramientas completa. Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. De inmediato su vecino llamó a la puerta de su casa para que le prestara un martillo hasta el día siguiente. A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería esta a dos días de mula. Hagamos un trato -dijo el vecino- Yo le pagaré los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece? Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días… y aceptó. Volvió a montar su mula y al regreso otro vecino le esperaba en la puerta de su casa. Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?. Sí. Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, más una pequeña ganancia. Yo no dispongo de tiempo para el viaje. El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. “No dispongo de cuatro días para compras”, recordaba. Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas. En el siguiente viaje arriesgó un poco más del dinero trayendo más herramientas que las que había vendido. La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un local para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el local se transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas… y las pinzas… y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos…. Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas.
Un día decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría, además de leer y escribir, las artes y oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, le abrazó y le dijo: Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos que ponga su firma en la primera hoja del libro de honor de la nueva escuela.. El honor sería enorme -dijo el hombre-, pero yo no sé leer ni escribir. Soy analfabeto. ¿Usted?, dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creerlo. ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto…, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?. Si yo hubiera sabido leer y escribir… sería portero de un prostíbulo!.
6 comentarios:
Una gran historia, Tigre, como siempre.
Pero ¿qué es "hacerse a sí mismo? ¿No tenemos todos alguna piedra o incluso montaña diariamente?
La historia es bonita pero cada uno, en su día a día, con las dificultades habituales (de dinero, de trabajo, de amores, de familia, ...), también "nos hacemos a nosotros mismos".
Que buena historia Tigre, se parece a la de aquel que por casualidades de la vida no sabía ni leer ni escribir y echó una primitiva, tan sólo un eurito, y el destino ( que es done está el todo)quiso que le tocaran millones de euritos, pues su nombre es Pancho y el gilipollas de su amo todavía le está buscando.
Con la tontería se me ha olvidado decirte lo que quería comentar de verdad. " Estos de Pompeya si que son frescos ( y bonitas posturas), no me extraña que el Vesubio se los pasara por encima"
@ Sara
Gracias, amiga.
Un beso
@ Perla
Sí, en algo tienes razon. Dentro de lo que cabe nos hacemos a nosotros mismos, pero nosotros hemos tenido "redes de seguridad" que otra gente no. Es una opinion.
Un besazo
@ Yañez
Ya sabía que si alguien se fijaba en los frescos del prostibulo, sería mi piratón portugues!
Besos
todo el mundo vale para algo en esta vida ..., incluso tú y yo
Publicar un comentario